Hay casi 100 municipios alineados en una batalla contra las bombas de estruendo y los proyectos de “pirotecnia cero” se multiplican en concejos deliberantes de todo el país. Al debate se sumó la cañita voladora causante -al parecer- del incendio de Nochebuena en Villa Luján. Los colchones, que de ingnífugos no tenían nada, ardieron y generaron una columna de humo identificable desde bien lejos. El despliegue de fuegos artificiales fue inferior al de años anteriores, habrá que ver qué sucede en Año Nuevo. El tema tiene demasiadas aristas como para reducirlo al binarismo típico de las redes sociales.
Hace unos días, un lector (Darío Albornoz) comentó sobre la cuestión en la sección de cartas de LA GACETA. “Para mí, sin fuegos artificiales, no hay celebración. Las fiestas no serán las mismas”, escribió. De paso, adornó su sentir con adjetivos: “en este artístico espectáculo para la retina, que ablanda el corazón, su contraparte es el fragoroso tronar de la pólvora, inevitable para impulsar a lo más alto los sutiles arabescos de color”. Son palabras con las que se identifican miles de entusiastas usuarios de la pirotecnia. Por eso, para erradicar una práctica que cruza varias generaciones no basta con una ordenanza.
Jugar al carnaval con pintura es tremendamente nocivo para la salud, pero a la vez es un hábito que formó parte de la cultura popular durante décadas. Para todo hay un tiempo, un contexto social, un marco histórico de poderosa referencia. Y juegan las experiencias personales, tan contundentes -por ejemplo- como los recuerdos de la niñez. Del mismo modo, para todo hay un momento de cambios. La erradicación de la pirotecnia sonora llevará su tiempo y está atada a la necesidad de tomar conciencia sobre lo que provoca.
Durante muchos años la solución casera fue dopar a las mascotas en Nochebuena y en Año Nuevo. Unas gotitas de calmante en el alimento bastaban -se suponía- para ayudarlas a soportar las explosiones. Poco se hablaba de otras especies, como las aves, sometidas a un bombardeo capaz de matarlas, herirlas o, en muchísimas casos, generarles la pérdida de la orientación. Del sufrimiento animal siempre hubo constancia, pero el debate tomó otra fuerza cuando quedó expuesto el daño que los estruendos les generan a las personas. El caso de quienes padecen trastornos del espectro autista (TEA) es el más sensible.
Este cóctel de agresiones (a la calidad de vida de la población, a la fauna, al medio ambiente) es el que sustenta los proyectos de “pirotecnia cero”. Si históricamente los riesgos pasaban por los accidentes, con su consecuente legión de quemados en las guardias de los hospitales, hoy está claro que se trata de un problema infinitamente más profundo.
Ahora bien, si tirar cohetes provoca semejante daño, ¿por qué siguen haciéndolo? Por el arraigo de la práctica, por la adrenalina que genera, por carencia de información, por una evidente falta de conciencia del riesgo y de los efectos. Por una mezcla de todo eso y algún elemento más, seguramente. Desmontar esta estructura no se logra de un día para el otro, mucho menos estigmatizando o condenando al vecino por Facebook o Whatsapp.
Y mientras tanto...
La industria se sabe contra las cuerdas. De la fabricación y comercialización de artículos pirotécnicos viven alrededor de 60.000 familias en la Argentina. “Elegí pirotecnia con más luces y menos ruidos”, reza la campaña que viene desplegando la Cámara Argentina de Empresas de Fuegos Artificiales (CAEFA). Cada municipio que implementa normas contra el uso de la pirotecnia o planea hacerlo (la capital, Yerba Buena y Tafí Viejo en Tucumán) implica un achicamiento del negocio. Los empresarios sostienen que lo único que logran en esos casos es potenciar la piratería y van marcando el mapa de su propia recesión: la prohibición de los fuegos artificiales en Santa Fe motivó el cierre de la fábrica Free Colors, con el consiguiente despido de los 70 empleados.
Una cosa es terminar con los estruendos y otra muy distinta la “pirotecnia cero”. En el primer caso, se trata de una reconversión de lo que la industria produce y que estará atada a la demanda. En otras palabras: más luces y colores y menos pólvora. En el segundo caso, la consecuencia sería la desaparición de las fábricas ante la prohibición lisa y llana de los fuegos artificiales. Otro mazazo a la emergencia pyme que nadie desea, ni siquiera los más acérrimos opositores al uso de la pirotecnia. Y se trata, además, de una afición que no es barata: los costos dispararon los precios y un bolsón con artículos variados aprieta cualquier presupuesto.
Se viene el 31
“En la pirotecnia hay muchos tipos de ruido, pero el que más afecta la hipersensibilidad de una persona con TEA es el ruido inesperado, el tono alto y los sonidos múltiples. Lamentablemente, la pirotecnia reúne esta trilogía letal. Produce gritos, desesperación, altera el ritmo de la casa, y lo que debería significar un ambiente lindo para pasar las fiestas con alegría es un sufrimiento para las familias”, revela Horacio Joffre Galibert, presidente de la Asociación Argentina de Padres de Autistas (APAdeA).
Así como el rosa es el color elegido para identificar la lucha contra el cáncer de mama, el azul distingue las movidas que involucran al TEA. En Jujuy nació una iniciativa que se proyecta al resto del país: colocar algún elemento azul en la puerta de los hogares en los que viven personas afectadas por distintos grados de autismo. De ese modo, los vecinos están advertidos y se cuidan de tirar cohetes cerca. No es una solución, sino un comienzo. La clave, una vez más, es crear conciencia.
Entre lo inocuo -las estrellitas y los globos- y lo peligroso -los morteros que direccionan bombas- hay un mundo pirotécnico que está modificándose por distintas razones. El sentido común es la fuerza más potente y la sensibilidad social debería hacer el resto. Como siempre, lo imprescindible es encontrar puntos de acuerdo, equilibrios y regulaciones que contemplen los intereses de todos. La salud pública y el cuidado de la naturaleza están primero, una vez comprendido y aceptado esto, con buena voluntad siempre se puede llegar a un acuerdo para brindar en paz.